miércoles, 2 de marzo de 2011

79 años del adiós de una Santa

Noticia aparecida ayer en el Periódico ABC de Sevilla. No podía faltar una mención a Santa Ángela en este día.

En la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz todo el año, salvo los días que impone la severa regla de Sor Ángela o por motivo de obras, las visitas son continuas.

Mañana y tarde. Laborables, domingos y festivos. Y desde el 18 de septiembre, fecha de la Beatificación de Madre María de la Purísima, cuando la Iglesia reconoció los méritos de la hija al seguir los pasos de la madre, aun más, porque ya no hay que dividir la visita acudiendo a la capilla y a la cripta. En muy poquitos metros cuadrados se concentra una de las mayores tasas de bienaventuranza, es un pedacito de cielo cuajado de virtudes. Nunca un espacio tan pequeño albergó tanta santidad… Y los devotos lo saben y acuden sin cesar con peticiones, esperanza y agradecimiento en una espiral sin fin de súplica y de gratitud.

Pero hay un día en que las previsiones se desbordan porque es el único del año en que se puede contemplar la tarima y el cuarto donde murió Sor Ángela, sus objetos personales y los del otro cofundador de la Compañía, el padre José Torres Padilla. Es el 2 de marzo, fecha en que falleció Sor Ángela de la Cruz en 1932. Hoy, por tanto, se cumplen 79 años de su muerte en loor de santidad.

Aunque la Iglesia tardó 50 años en beatificarla, aquel histórico 5 de noviembre en el transcurso de la primera visita de un Papa a España, los sevillanos ya sabían que era santa y demostraron su cariño y su fe en ese medio siglo de continuo trabajo, papeles y más papeles camino de Roma, para que se reconociera lo que Sevilla y muchos pueblos andaluces que tenían la suerte de disfrutar a las Hermanas de la Cruz, sabían desde el siglo XIX, que Sor Ángela era santa y madre de milagros, algunos pequeñitos y casi insignificantes, pero todos demostrativos de la «mano» que la santa sevillana, la humilde zapatera, tiene en el cielo.

Mañana los aledaños de la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz se llenarán de gente desde las ocho de la mañana, hora en que se celebra la misa, hasta la noche, sea la hora que sea, cuando el último devoto salga del cuarto de Madre Angelita. De nuevo habrá momentos en que las colas lleguen hasta San Pedro y rebasen la estatua de Sor Ángela, pero sobre todo habrá devoción, habrá cariño y violetas, la flor de la humildad, cultivadas en muchos chalés anónimos de Santa Clara y Sevilla Este, y estará patente y eficaz el trabajo de las jóvenes de los Grupos de Sor Ángela para reconducir las colas y hacer más agradable la larga espera. Y es que no sólo acudirán sevillanos a la cita anual de la devoción y el cariño. Vendrán autobuses y coches particulares de toda la provincia, de numerosos puntos de Andalucía, de Extremadura y hasta de Castilla la Mancha. El ritual es siempre el mismo, subida al cuarto, entrega de las violetas para pasarlas por la tarima donde expiró, y recogida de una cruz de madera pequeñita y de las reliquias.

La visita acaba en la capilla, muchas veces rellenando el papelito con los favores que se esperan e introduciéndolo en la urna, otras sólo de viva voz. Qué radiografía de la sociedad española, de sus necesidades y anhelos se podría escribir con las peticiones a Sor Ángela, una monja que fundó un Instituto en el siglo XIX para hacerse pobre con los pobres, lleva 79 años muerta y tiene un inmenso poder de convocatoria.

El legado de la pobre «negrita» y «diminutiva», que siendo casi analfabeta escribió una de las páginas más brillantes del misticismo español, sigue siendo actual, no ha pasado de moda.

Está más vivo que nunca en sus hijas, las Hermanas de la Cruz, y aunque siempre, desde la creación de la Compañía, fue criticado por su excesivo rigor, ha demostrado que es factible, que su modelo de santidad es viable y posible.