martes, 28 de abril de 2015

LA VERDAD COFRADE

Rozába despacio el compás del tiempo el lunes, como no queriendo dejar escapar el Domingo más esperado del año, y el cuerpo cansado requería el reposo de ese sofá callejero que son los bordillos de la ciudad en los siete días de la Semana Grande.

Volvía la Cofradía de los Ángeles, populosa y bulliciosa, como corresponde a la jornada, a la Plaza donde horas antes había comenzado su sueño de azul pavo real, y nos sentamos a esperar la llegada del Señor de la túnica blanca a su Plazuela.

Nos miró. Se acercó a nosotros, y mientras yo, embebido en inmortalizar momentos, dejaba escapar mis pasos arriba y abajo, se sentó a nuestro lado y empezó a explicarnos las escrituras de la verdad cofrade.

Pongamos que se llamaba María. Las arrugas de su cara y las nieves de su cabello recogido en un moño de los de siempre, nos advertían de que sus cerca de noventa primaveras no habían sido precisamente fáciles.

Nos habló de su familia, de su hija quizás robada en ese tiempo en el que en España, ser pobre era un riesgo difícilmente asumible para una madre joven, a la que sobrevolaban  los buitres de la iniquidad. 

Aún le quedaban algunas lágrimas para llorar las desventuras de sus años, pero también le quedaban fuerzas en la comisura de los labios para esbozar sonrisas mientras nos hablaba de la alegría de sus nietos, de sus hijos y de su esposo, ya postrado en cama, esperando que la Salud llegase bajo su ventana y lo levantase al cielo de un nuevo Domingo de Ramos.

Los veintipico peldaños de su escalera no eran obstáculo para que sus piernas gastadas descendieran, como cada año desde hace unos cuantos, a la misma Plaza, y a la misma hora. 

“Miré usté, yo es que le tengo mucha fe al Cautivo, y le pido mucho por los míos, y Él me escucha, y entonces yo to´ los años bajo a echarle un Padrenuestro cuando dejo a mi marido acostado y vuelve la procesión al barrio. Es tan hermoso…”

El evangelio de las cofradías. Creo que no había, ni habrá más que decir. La verdad cofrade en los labios de una octogenaria. Y a partir de aquí, creo que sobran las preguntas sobre el porqué de las cofradías…

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