viernes, 2 de marzo de 2012

VIA CRUCIS para la Cuaresma...


Cuarta Estación
Jesús, sen­ten­ciado a muerte


«Es reo de muerte» (Mt 26, 66).

«Entonces se lo en­tregó para que lo cru­ci­fi­caran» (Jn 19, 16).
La mayor in­jus­ticia es con­denar a un inocente in­de­fenso. Y, un día, la maldad juzgó y con­denó a muerte a la Inocencia. ¿Por qué con­de­naron a Jesús? Porque Jesús hizo suyo todo el dolor del mundo. Al en­car­narse, asume nuestra hu­ma­nidad y, con ella, las he­ridas del pe­cado. Cargó con los crí­menes de ellos (Is 53, 11), para cu­rarnos por el sa­cri­ficio de la Cruz. Como un hombre de do­lores, acos­tum­brado a su­fri­mientos (Is 53, 3), ex­puso su vida a la muerte (Is 53, 12).
Lo que más im­pre­siona es el si­lencio de Jesús. No se dis­culpa, es el cor­dero de Dios que quita el pe­cado del mundo (Jn 1, 29), fue azo­tado, ma­cha­cado, sa­cri­fi­cado. Enmudecía y no abría la boca (Is 53, 7).
En el si­lencio de Dios, están pre­sentes todas las víc­timas inocentes de las gue­rras que arrasan los pue­blos y siem­bran odios di­fí­ciles de curar. Jesús calla en el co­razón de mu­chas per­sonas que, en si­lencio, es­peran la sal­va­ción de Dios.

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