martes, 6 de marzo de 2012

Para paladares exquisitos...


PREGÓN X ANIVERSARIO CIUDAD REAL COFRADE
Francisco de Asís Pajarón Hornero
Ciudad Real Marzo de 2012 a.D.

Equipo de Ciudad Real Cofrade.
Autoridades eclesiásticas.
Autoridades municipales.
Hermanos y cofrades.
AGRADECIMIENTO A DON MIGUEL BARBA
No puedo comenzar sin agradecer lo evidente. Sin dejar pasar las palabras con
las que Miguel me ha presentado. Y no lo puedo hacer reconociendo lo que es
de justicia. Y de justicia es poner a Miguel como modelo. Miguel encarna todos
los valores de un buen cofrade, de un mejor cristiano y de una excelente
persona. Y fuera de toda duda queda su amor y su compromiso con su ciudad,
con la entraña más profunda de su tierra.
Lo sabe Miguel. Y lo sabemos quienes le conocemos. ¡Como nos duelen las
heridas en la piel de nuestra Ciudad Real! Sabe Miguel estar al lado de los que
se baten por causas justas. Sabe separar lo contingente de lo necesario. Y hoy
por hoy nuestra sociedad necesita de gente como él y como Almudena. Una
pareja que ilumina y hace grandes a los habitantes de nuestra ciudad. Ambos
entroncáis con la esencia íntegra de lo que ha de ser un joven cristiano. Mirando
de cara a la modernidad y a la vez comprometido. Manteniendo el pulso de las
tradiciones de nuestra tierra y abiertos al mundo. Siendo católicos en la más
universal de sus acepciones.
Solo puedo agradeceros el descubrimiento magnífico de vuestra amistad. Y
pediros un favor más. En el camino que nos queda por delante poder gozar de
vuestra compañía, de vuestra ilusión contagiosa y de vuestra fuerza rebosante.
Miguel, gracias sería poco. Y lo bueno de este texto también es tuyo.
COMENZAR
Existen momentos decisivos en nuestra vida. Momentos que nos marcan el
camino. Solo hay un pequeño problema. Que muchas veces no nos damos
cuenta de ello.
Elegimos la senda a seguir, animados por la gente que nos rodea. Personas que
caminan junto a nosotros y que nos marcan con su impronta. Con su huella
imborrable.
De muchos de ellos debería acordarme en este oficio de pregonar. De muchos
que han hecho posible que en esta Ciudad Real de principios del siglo XXI yo
sea cristiano. Valore el orgullo de ser español. Y el título de ser cofrade.
Eso se lo debo a mis padres y a mi familia. A los que están y a los que
marcharon con el Señor. Que me han enseñado desde pequeño la fe y el
maravilloso misterio de descubrir a Dios.
Eso se lo debo a mis amigos. Que caminan con Cristo en la Vía Dolorosa y
acompañan a su Santísima Madre.
Tantas tardes, tantas noches y tantas madrugadas junto a vosotros, mirándolos
cara a cara.
Eso se lo debo a los cofrades de Ciudad Real. Que sueñan primaveras. Que
quieren enseñar en medio de la modernidad, en las calles, a un Cristo que nos
redimió hace siglos como regalo irrepetible para la Humanidad.
Y asomado al sol de tardes invernales me pregunto.
Pregonar, ¿qué es pregonar?
Poetas que pregonan tantas cosas.
Poetas que anuncian tantas fiestas.
Poetas que recuerdan tantos gozos.
Poetas que presienten tantas penas.
Este pregón se me muere en las manos
sin ser poesía.
Estas palabras se hacen pequeñas
y hablan de leyendas de aquí cerca,
de historias perdidas.
De la Ciudad Real muerta,
de Cristos y Vírgenes que son ceniza.
¡Qué triste es la Historia!
¡Y, a la vez, qué maravilla!
EL TIEMPO
Propongámanos un ejercicio histórico. Poneos en el escenario de la hermosa
estampa ya perdida. Un atardecer húmedo del mes de abril. Apoyados en el
brocal de piedra de un pozo. Musgo antiguo lo cubre. Nos rodea un puñado de
casas pobres de labriegos, arboleda y prados. A lo lejos una pequeña iglesia de
piedra caliza blanca. Sobre una loma suave.
Estamos en el Pozuelo Seco de Don Gil. A comienzos del siglo XIII. El
despertar de las calles donde nos hemos criado.
Dicen las fuentes que en un principio serían un puñado de callejuelas de las
cuales surgió la primitiva Villa Real. Las calles Reyes, Infantes, Real o Zarza. Y
la protogótica iglesia de Santa María sobre un prado.
Alfonso X en el año 1255 manda erigir la nueva villa en los términos que todos
conocemos. Dice la Crónica:
“ En el décimo año del reynado deste rey don Alfonso, que fue en la era de mill
e trescientos años, andaba el año de la nascencia de Jesu Cristo de mill e
doscientos e sesenta e dos años (…). Partió [el rey] de Segovia e fue a Toledo e
dende a la frontera, e pasando por un lugar que dicen el Pozuelo de Don Gil,
que era en término de Alarcos (…) mandó venir gentes de su comarca e ordenó
en cual manera se poblase allí una villa, e mandó que le dijesen Villa Real, e
ordenó luego las calles e señaló los lugares por do fuese la cerca. E fizo facer
luego una puerta labrada de piedra, e esta es la que está en el camino que
viene de Toledo, e mandó a los del lugar commo ficiesen la cerca. E partió
dende e fuese para Córdoba e dende a Sevilla (…).”
Durante los siglos XIII y XIV la ciudad va ordenando su urbanismo y aparecen
las tres collaciones o barrios: Santa María, San Pedro y Santiago. Y se
comienza a poblar de habitantes de la vieja Castilla. Cristianos viejos, en su
mayoría provenientes de Alarcos y del Campo de Calatrava. Pero también
cristianos nuevos, conversos. Y musulmanes que van a vivir en las
proximidades de la calle de La Morería. Y judíos que vivirán cerca de la
sinagoga de la ciudad, en lo que hoy son las calles Libertad y Lirio.
Viario tortuoso y bellos nombres perdidos.
Ya no tenemos la calle de la Sangre, ni la Real de Barrionuevo, no hay calle de
la Judería ni calle Dorada. Solo los más mayores se acuerdan de la del Lobo, el
Gato o el Jaspe. No hay pasado a mano pero muchos amamos su recuerdo.
Se nos han muerto las leyendas en la memoria. La judía Sara ya no gime tras la
cancela, San Vicente Ferrer pasa de largo y escupe en el suelo, los Infantes de la
Cerda agonizan cerca del Perchel ante el desconocimiento general, la reina
Leonor llora a su hijo tras los vetustos muros del Antiguo Convento de la
Merced. Pasado que se arrincona pero que algunos ciudadrealeños todavía
llevan en su alma.
Aún quedan enormes barcos varados. Testigos inermes del tiempo. Nuestros
templos postrados ante el feísmo arquitectónico imperante y consentido.
Nuestra catedral. Humilde, antigua pero no orgullosa. No necesita títulos pero
los tiene. Y en sus muros, gozando de la presencia perpetua del Señor, la más
nívea de las reinas. La más alta en La Mancha. Restauradora de Castilla y
Virgen de Reyes. La Madre del Prado.
No sueñan los hombres
con verdes esperas.
Es la tierra vacua
y su sed de inermes primaveras.
No sueña la ciudad,
ni sueñas sus azoteas.
Son los luceros de la tarde
que arden y chispean.
Es tu semblante moreno,
es tu sombra sempiterna.
Reina del Prado
que acoge, protege, vela.
Reina del Prado
que aflora cuando mayea.
San Pedro también naufraga con sus muros robustos en la umbría, con el gótico
luminoso al mediodía, con el Perdón a sus pies. Y tras sus muros devociones
antiguas y nuevas le hacen henchir el pecho. Unas exclaustradas y casi
olvidadas. Otras centenarias. Otras en el esplendor de la juventud. Y otras en su
particular calvario del exilio.
Santiago vetusta y oscura. Con el Señor y el Hijo del Trueno. De apocalíptica
trazada y sones contemplativos. Dotada de la vida eterna que da quien cree en
Él. Corazón de un Perchel antes encalado y blanco.
Eso nos queda de una historia secular. Eso y los recuerdos. Como diría el
pregonero: ¡Qué pena, qué pena, qué pena!
Esta es nuestra historia de pesares. Y no nos queda más remedio que aceptarla.
Y, a pesar de ello, no pudimos resignarnos como dicen que son las gentes de
Ciudad Real. Hombres y mujeres recios comenzaron a crear un sueño de Dios y
su Madre caminando por las calles.
EL MUNDO
No pretendo que este texto sea un pregón al uso. El habitual homenaje a
hombres y mujeres de hermandad. La poesía y loa a unas imágenes sagradas.
No lo pretendo porque conmemoramos un aniversario de un portal cofrade. De
un portal innovador, de una tecnología de la modernidad que ensalza una
tradición tan antigua como son las cofradías. Casi tan antigua como la propia fe.
Y por eso este texto no pretende ser uno más. Si no un relato impreciso de lo
que ha acontecido. Podemos pensar. ¿Tanto ha ocurrido durante estos últimos
diez años? ¿Para tan escaso tiempo tanta efeméride? Puede que no. Pero los que
nos dedicamos al oficio de historiar. O lo que es peor de enseñar la Historia, si
lo es.
Hagamos un pequeño ejercicio. Hagamos memoria y ejercitemos la memoria.
¿Hace diez años qué era de nosotros? La gente no utilizaba las redes sociales.
Ni siquiera sabíamos qué eran. Internet era un coto cerrado para unos pocos.
Las líneas telefónicas de acceso hacían que tu teléfono comunicase cuando te
conectabas. Y tardabas media hora en descargar un simple archivo.
Hace diez años no había facebook, ni twitter, ni tuenti. Y no todo el mundo
tenía una dirección de correo electrónico.
Maravillas del progreso.
Hace diez años gobernaba Aznar. No habían ocurrido los sucesos del 11M.
Hace diez años Juan Pablo II, el Bueno, era nuestro papa.
Hace diez años ya existía Ciudad Real Cofrade.
SANGRE Y AGUA: LAS COFRADÍAS
¿Y qué ha pasado con las cofradías de Ciudad Real?
E
l Domingo de Ramos se encontraba más ligero de nazarenos por sus calles y
anunciaba una pasión vieja y nueva a la vez. Una pasión que se asomaba al
siglo XXI. Casi dos mil años de redención.
Es cierto que por la mañana teníamos a la cofradía de La Borriquita que a su
modo ha ido evolucionando. Con pasitos muy cortos. Siempre mirando a los
muchachos del Colegio Salesiano. En ese Hermano Gárate donde muchos
empezamos a vivir las cofradías. En el seno de esta hermandad que es cantera
cofradiera. Unos muchachos que, a menudo, han mirado para otro lado.
Diez años después tenemos una cofradía que respira con un recorrido más
meditado, que tiene a su Titular en un templo, que busca mover a gente joven.
Y que tiene a un clero cercano y con el que se puede trabajar. Ahí está el Padre
Joaquín. Un puntal que ha de ser de la hermandad y que esperemos escriba
páginas doradas en la misma. Yo le debo aún más. Le debo enseñarme el mundo
en toda su amplitud. Le debo parte de lo que soy y de lo que he soñado. Y mi
gratitud hacia él no puede tener límites.
Por la tarde crecía la hermandad del Prendimiento. Una hermandad que con el
paso de los años se ha convertido en ejemplo vivo de lo que ha de ser una
cofradía en la calle. Es una catequésis total desde que se aproxima su cruz de
guía. Y ya tiene a su Madre de la Salud entre nosotros.
Por llegar allá dónde nacieron tus sueños. Madre de Salud, de dolor transida.
A lo lejos ves la rotundidad de las olas del mar angosto y te asustas, pero
confías en la hondura de tu propio corazón que te hace vencer siempre. Te
reflejas en el iris de tu Hijo con una fuerza inusitada, como un maremoto
cósmico único. Atravesaste las corrientes más violentas y avanzaste sola en
caminos que antes te asustaban y Él te lo premió todo. Ahora aprietas
profundamente sobre tu pecho el último recuerdo, las últimas huellas en el
camino, embarrado después de las tormentas que te han azotado. Has llegado al
final del discurrir de las aguas. Ahora el mar da un abrazo sublime a todos los
torrentes furibundos de las montañas más agrestes.
¡Qué bella estás a la orilla plácida de las aguas!
¡Qué reflejos tan dulces nacen en tus cabellos!
Te mereces este remanso eterno,
te mereces que se mueran todos los poetas y sus versos,
te mereces hasta lo níveo que fundiste,
lo abyecto que trocaste bello, lo humilde, lo imperecedero.
Te mereces lo encrespado, lo atrayente, lo pulcramente exento.
Te mereces lo silente, lo apremiante, lo suavemente inexperto.
Te mereces buscarte.
Atravesar triunfante las puertas del infierno,
te mereces tanto que todo lo que yo pudiera darte
te parecería, absurdamente,
tan pequeño.
Allá dejaste tus lágrimas,
que se han hecho mares y océanos.
Saberte tan inmensa,
buscar mirarte los ojos y encontrar
que no existe horizonte.
Allá quedaron las tierras que hollaste,
con tu sabor a canela y nenúfar.
Allá los hombres que no te entendieron
y se ahogaron en su dolor.
Allá la imposible misión
de encauzarte para poseer
tu sutil reflejo de atardeceres.
Y girando el tiempo a tu lado,
en las ondas y entre las praderas,
te has hecho mujer y escollera.
Te has asaeteado el corazón
con dulces esperas.
Me quedaré en lontananza,
observando de tus barcazas las velas,
me quedaré en los sueños de esta dársena
dónde musitas palabras quedas.
El rumor de las olas, la bruma,
el sabor a sal de tus labios,
la armoniosa atalaya
de tus dudas inquietas.
Ya no serás río, ni fuente,
ni profundo lago, ni blanca presa.
Duérmete que has atrapado esos sueños,
de alta montaña, de dura existencia.
Duérmete para siempre,
Virgen Reina, en espera.
Duérmete Madre de Salud,
sin pecado ni mancha primigenia.
Duérmete que yo te seguiré
en estas noche de vela.
Condenado a no soñarte
hasta mas allá de las estrellas.
Él estaba huérfano de cofradías. Y sigue estándolo. A menudo nos hemos
metido en disquisiciones y debates con el Lunes Santo. Y no voy a pasar sin
dejar de mostrar una opinión que muchos cofrades ciudadrealeños sostenemos.
El Via Crucis del Arciprestazgo de Ciudad Real debe ser colofón de los Via
Crucis parroquiales de la semana previa a la de Pasión. Debe ser seguido por
los cofrades de la ciudad en masa y facilitarles esto es positivo. El Via Crucis de
la ciudad debe situarse antes de la estaciones de penitencia y servir como
reflexión previa a las mismas. Al grandísimo misterio que vamos a celebrar. A
la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor.
A mediados del pasado siglo el Via Crucis de la ciudad se realizaba el Martes
Santo pero el crecimiento numérico de cofradías en nuestra Semana Santa hizo
razonable el cambio. Hoy tenemos los mismos o más motivos para hacerlo
viable, por ejemplo, un Sábado de Pasión que puede ser la víspera de la entrada
del Señor por las calles de la vieja Ciudad de Reyes.
Las cofradías del Martes Santo también han mirado hacia el futuro.
Decididamente, y con el paso de los años, vienen haciendo esfuerzos para
mostrarnos una imagen más vívida, más profunda, de la Madre tras el Hijo
condenado. Esperanza ya perdida.
El dolor de un barrio humilde hecho Dolorosa. Las manos maniatadas en una
devoción de siglos. Ambas cofradías sueñan juntas. Nacidas al calor de los
muros dominicos. Al calor y la fuerza de la palabra y de la antigua predicación
de siglos. Hijos espirituales de Santo Domingo de Guzmán y San Vicente
Ferrer. En su antigua puerta capitalina hienden el corazón de la ciudad. Y de
recogida aceleran el paso para entrar en su barrio. Hijo y Madre. Madre e Hijo.
La Flagelación ilumina el Miércoles Santo. Y desde su más tierna juventud
cofradiera ha sido pionera y modelo. Lo sigue siendo. Y camina por entre dos
siglos para empezar a tener ese barniz de cofradía añeja. Sin duda con el trabajo
de sus hermanos será posible.
La Madre del Consuelo camina queda. Asomando sus delicadas manos en las
esquinas que va doblando con las punzadas de su corazón. Y se aleja por el
Pasaje de la Merced.
Y así se marcha una vez más,
fugazmente,
como un beso apenas sentido,
apenas robado.
Se marcha como un trasluz rápido,
enérgico.
Se marcha como horas de vigilia
y ensueño,
se marcha alargando sombras en noches frías
y de lunas grandes y bellas.
Y ahora todo nos parece más lejano,
hasta más difícil.
Nos parece que desfalleceremos
al intentar alcanzarte de nuevo.
Y otra vez las rosas
enredándose en nuestras manos,
sangrando.
Otra vez músicas que marean
y regalos.
Otra vez musas que se escapan
y más pecados.
Otra vez níveos iris
atormentados,
otra vez niños y
dolor de parto.
Quiero encontrar al fin,
tu cuerpo intacto,
quiero ser yo
quien descubra tu márfil
y tu llanto.
En cada esquina de pasión,
en cada rapto
quiero estar yo
arropando cada ebria lágrima,
cada mudo espasmo de tus labios.
En la madrugada el Silencio mantiene sus señas de identidad inalterables. En
esencia una cofradía debe perseverar en ellas. Pero ello no está reñido con
tomar decisiones que conjuguen esa identidad con lo que la necesidad dicte.
La Buena Muerte del Señor y el Mayor Dolor sentido e imaginado.
Años ha en que la madrugada del jueves sabe a silencio y dolor de horas por
venir. Estampa que por Lirio hacía estremecer a toda la ciudad. Hachones que
se duermen en el tiempo. Y el sonido que entrechoca. Redoble de tambor y
arrastre de cadena. Cruces. Sobriedad y frugalidad franciscana. Los más
pequeños son despertados de madrugada. Sus caritas de ángel miran
sorprendidas y ávidas el cortejo oscuro y enlutado. Miran la negrura y el frío de
la noche. De la muerte, la Buena Muerte.
El Jueves Santo es el mayor día del Amor de Dios, que se nos queda convertido
en Pan y Vino hasta el final de los tiempos. Se queda con nosotros.
Lo hace siempre.
Cuando necesitas compañía.
Cuando tus planes se vienen abajo.
Cuando estás abandonado.
Cuando fuera hace frío y dentro también.
Cuando las hojas se marchitan
y el corazón sigue con su ritmo delicado,
Cuando caminas solo.
Cuando nadie te quiere escuchar.
Cuando no quieres escuchar a nadie.
Cuando, desesperado, no sabes qué hacer.
Siempre está su pecho para apoyar la cabeza sobre sus tranquilas hechuras.
Para, como San Juan, soñar escuchando el tictac inmenso del corazón del Señor.
La antigua Pasionaria de Santiago proyecta ese Amor de Dios en la Última
Cena.
Luego nos trae al Señor maniatado en paso de tribunal, la lanzada de amor y la
Madre desconsolada. Nos duele algo. Nos duele una espina clavada para
siempre en el corazón de la ciudad. Quien tenga oídos que oiga.
Y el Perchel se desangra por sus manchegas esquinas blancas. Las antiguas
callejas y plazuelas se llenan de ecos y oración. El dolor de la Madre se funde
con el del Hijo. Un velo oscuro de nubes nubla el cielo perchelero.
Si hemos hablado de historia. A raudales nace en el Perchel. Un Cristo de
Caridad centenaria. Un misterio del que brota sangre y agua. Agua que brota del
costado del Señor para redimir nuestra faltas, pecados y culpas. Agua que,
como en el bautismo, nos limpia y nos purifica. Y su misma sangre divina que
en el Sacrificio de la Eucaristía nos da vida. En el costado del Cristo perchelero
encontramos la senda final de la Redención. Nos lo muestra abierto a la
Humanidad de todos los tiempos. De toda condición. Y son ya cuatro siglos.
Nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos lo miraron traspasado.
Transido por nuestras faltas en las callejuelas de la antaño judería. Es hoy
misión nuestra evangelizar con esa lanzada del pecado al Amor de Dios.
El Viernes el acto de entrega más grande de la Historia tiene lugar. Las luces
sorprenden al Maestro en la amarga hora de Getsemaní.
Postrera hora en la que se apagaron las luces y el Señor veló solitario. Sus
amigos dormían. El Maligno tentaba. La tragedia se cernía.
La humanidad representada por los apóstoles duerme en un campo. Entre
olivos. Y el Señor vela. La hermandad de la Oración en el Huerto supuso para
mi la primera vez que entre bajo un paso. A llevar la carga del Señor. Me tengo
que acordar aquí de David y de Esteban. Con ellos compartí ilusiones de una
hermandad grande de hombres y mujeres apegados a nuestra tierra manchega y
española. Si hubo sinsabores sin duda fueron por voluntad de Aquel que, en
ocasiones, apartamos como los apóstoles en aquel huerto.
Lo cargan con la cruz. Va derramando sangre por la callejuelas de Jerusalem. Se
encuentra con su madre a la que un dolor intenso le traspasa el alma.
Le flaquean las fuerzas y cae. Se levanta ayudado por el Cirineo. La
muchedumbre le persigue. Las mujeres se lamentan.
Y en el Monte Calvario es crucificado entre dos malhechores. Su Madre y el
discípulo amado a sus pies. Maravilloso Stabat Mater.
Aguas que se hacen carne otra vez. Perdón de reos antiguos de la Villa Real. Ya
no podemos suspirar por las rejas para suplicarte Perdón. De nuevo gente sin
piedad ni raíces arrancaron nuestras tradiciones. Y Tú en tu Cruz los
perdonaste. Como haces siempre.
Las tres de la tarde se acercan. Todo está consumado.
Al final el dolor desconsolado. Dolor de una madre que perfila la más fina de
las bellezas. Misericordia de Dios. Misericordia.
San Juan, al lado de la Madre, musita:
¿Cómo quieres que no vaya a perderme contigo?
Madre.
¿Cómo quieres que no me duela de tus suspiros?
Madre desolada.
Sabes que me gusta caminar a tu lado.
Contándote historias.
Sabes que todos los días cierro los ojos para pensarte.
A tu lado las calles parecen pequeñas y solitarias.
Me gusta acompañarte
y dejar la puerta entornada para escucharte respirar de lejos.
Me gusta mirarte cuando no te das cuenta.
No tengo fuerzas para ayudarte
en este dolor quebrado.
Y en tu ausencia tengo frío.
Las noches no se tornan tibias
si no me quedo a tu lado.
El mañana que no despunta.
El tiempo fugaz de abandono y espera.
Tantas ganas de volar contigo como si nadásemos en el cielo.
Y muchas estrellas encendiéndose alrededor de tus ojos de aguamarina.
La hora sexta romana de un Viernes Santo en Ciudad Real. Hace casi dos mil
años que el velo del templo se rasgó. En las calles aroma a cera e incienso. La
hora postrera del año cofrade. Los oficios en nuestros templos mirando el Árbol
de la Cruz.
Por la tarde las cofradías de duelo siguen manteniendo el sabor añejo de las
cofradías viejas de la ciudad. Llenas de historia. Deben pedir y dar silencio. La
sobriedad magnífica del momento.
El Señor crucificado y muerto. Que antaño miraba a la ciudad desde la más alta
de las alturas dónde Giraldo de Merlo quiso que regase su sangre roja, muy
oscura, a medio coagular y, a veces, mezclada con agua.
Piedad catedralicia clavada en el madero divino. El Señor ha expirado.
Exhalado su último aliento. Mirarlo a los ojos sin conmoverse resulta difícil.
Acompañarlo a la vuelta de su templo es el duelo que corresponde a la ciudad.
Observarlo revirar entre las calles Feria y Prado para acogerse bajo el manto de
la Reina de la Ciudad te hace sentir el Viernes Santo más pleno que imaginarse
pueda.
Tras Él la bajada de su cuerpo frío e inerte. El descender suave del Hijo sin
vida, del Amor y el Verbo que se habían hecho carne. El desvanecimiento de su
Madre. Y Juan salpicado de sangre, con el cuerpo del Creador y la Madre
unidos en un abrazo.
De una vieja ermita es bajado de la cruz. Parece que José de Arimatea,
Nicodemo y San Juan surgiesen de la Calle del Espino y de la misma plazuela
para acompañarlo a la fría losa.
Al final es el mayor de los dolores, el de una madre, el que se impone.
Los dejamos solos. El abrazo final. El último dolor humano. La Madre
desgarrada con su Hijo. La plazuela de la Merced enmudecida y enlutada.
Luego lo dejaron sobre las losas de piedra. Lo cubrieron de ungüentos y se
retiraron.
La Madre dolorosa camina más sola que nunca por las calles de Ciudad Real.
De madrugada sus hijos vienen con Ella. Las rejas de la catedral la abrazan.
Siempre hace frío en la madrugada del Viernes Santo. Iglesias vacías de
presencia y llenas de dolor.
¿Qué me queda de tus sonrisas?
¿Qué queda de tus ganas
de morir en mis brazos?
Quedan solo restos,
queda solo humo.
Quedan las cenizas
de aquel universo
que perdimos.
Queda la primavera,
queda el frío
en los tuétanos
de tus divinos huesos.
Queda sonreírnos en vísperas,
queda una marcha y un beso.
Queda tanto duelo,
tanta callejuela sincera,
tanta cortina de cera y hielo.
Estos días de suave dolor,
son tu noche
y mi sueño.
El Sábado, duelo y dolor que espera. La certeza de la promesa se acerca. ¿Una
sombra de duda? Quizás en nosotros. Pero su Madre vierte lágrimas y confía.
Muy de noche se mezclan los rumores, la inquietud y la certeza.
El penúltimo acto tras los muros de San Pedro. La vuelta desgarrada del
sepulcro.
Y un palio sobrio de cajón que reparte el dolor de sentirse sola. El dolor de la
pérdida. El de la ausencia. ¿Quién no lo ha sentido alguna vez?
Muy de noche parece que la losa se ha movido. Y el cuerpo del Señor no está.
Ciudad Real amanece en domingo de gloria, Domingo de Resurrección. Y con
el paso de los años también anhela ver a Cristo como siempre lo contempla.
Venciendo el sufrimiento de su pasión. Con su bella presencia humana. Con su
certidumbre divina.
La Pasión se ha sellado.
Y despiertas rápido,
el iris medio lloroso,
lagrimeo de hombres fuertes
y tanta belleza en los ojos.
Ahora las noches quedan huérfanas,
del calor de los cirios,
de la fugacidad de claveles rojos.
Las madrugadas saben a luz y sangre,
de tus manos y tus codos.
Los niños ya no susurran,
los árboles duermen solos.
El tiempo de despertar,
la muerte que sabe a silencio.
El miedo, la libertad,
tus labios de Dios
entreabiertos.
El color de tu sombra,
el perfil de tu pecho.
Quiero quedarme esperando,
fundir en oro
el dolor del Verbo.
Y no podían faltar mis iconos personales de esta Pasión según Ciudad Real. Las
corporaciones que han supuesto que mi vida cofrade adquiera su verdadero
significado. Las que haces tuyas. Los titulares con los que entablas un diálogo
especial. Con cuyo dolor te identificas.
Desde hace unos años el Domingo de Ramos se ha convertido en hogar de la
Coronación de Espinas. Desde hace muchos más mi padre me hizo hermano.
Por desgracia todos hemos visto como esta hermandad, mi hermandad, ha
buscado sin encontrar. Se ha preguntado y no ha obtenido respuesta. Ha soñado
y se ha despertado bruscamente. El Señor que está siendo objeto de burla por
los romanos. La ignominia alimentada por la ignorancia. La Verdad enfrentada
a la mentira.
La Coronación de Espinas caminando por las calles de la ciudad.
La estampa que soñó dolor y se quedó en la mofa de la soldadesca. Dolor que
ofrecemos al Señor.
Y su Madre con cara de niña. ¡Cuántas oraciones a tus pies Madre del Perdón!
Qué sola estás siguiendo a tu Hijo. Doliéndote de las faltas de los hombres, de
sus insultos, de esa corona de espinas sangrante.
La Coronación de Espinas tenga posiblemente, para mi, otro significado. Sabe a
corporación castrense, sabe a trueno artillero perdido. ¡Tantas cosas no
reconocidas y perdidas en nuestra Ciudad Real!
Pero la Coronación lleva para mi grabado nombres en oro, en iris y en
diamante:
Los de mis padres.
Los de mis hermanos.
Los de Antonio, Leticia, Pedro Pablo, Jesús, Aída, Evaristo, Ángela o Pedro.
Sobran las poesías cuándo el Señor es vejado y maniatado.
Sobra cuando la poesía es el sacrificio de las personas y su obra callada por
amor a Dios. Sin ningún premio. Con el merecido reconocimiento del trabajo
bien hecho y no valorado, de la oración callada, del sufrimiento por la
hermandad y dignidad de su Historia, de los hombres y mujeres que la
erigieron.
Coronación que sueñas gloria y el Señor que llora sangre. Sangre de sueños que
se duermen para despertar con el tiempo. La pena de una Madre que espera.
Confíemos como hacía Ella.
Y Aquí nos tendrás nívea Señora:
Tu que eres pasión por la verdad,
Tu que eres pequeño y oculto testimonio
de Dios entre los hombres,
Tu que eres la que recoge los suspiros perdidos
Y los acunas en tu regazo maternal.
Tu, Madre del Perdón, eres luz y sueño
De los que tanto dolor llevan
Y en tus ojos brillan
Las ansias de los que calladamente esperan.
No se puede entender Ciudad Real sin la imagen de Jesús de Nazareno. Nos
podemos aproximar a la Historia de siglos que lo contempla y allí
encontraremos su imagen. Entre los muros de San Pedro ha sido la imagen más
venerada de la parroquia y de la collación del vetusto barrio cristiano. Venerada
por cristianos viejos y nuevos, conversos de corazón. Ha insuflado hálito a
leyendas y ha sido catequesis viviente en las calles y plazuelas. En silencio o
entre misereres. Con legión de fieles musitando oraciones.
Poco se puede añadir a lo que el Nazareno es y representa en la ciudad. Y poco
a lo que su figura doblada bajo el peso del madero representa. La iconografía
barroca que tallara Illanes. El perfil de lo que significa una madrugá de
penitencia, silencio y oración. El dolor de una ciudad que, a menudo, prefiere
taparse los ojos y mirar para otro lado en la noche última del Señor entre
nosotros. El Señor en la calle y el Señor más vivo aún en los templos. La que
posiblemente sea la noche final a su lado y las calles parecen vaciarse para
dejarlo solo en su transitar. Es esa emoción de la soledad y del silencio la que
mueve a acompañarlo.
¡Qué gente más valiente camina a su lado! Mientras la ciudad duerme y te
evidencia, tu sangre riega las calles y borra sus culpas. No permitas que te
dejemos solo.
Y a lo lejos se ve el horizonte azulado.
Sueñas con el agua fresca de tus ojos,
con la lejana ausencia de tus manos.
Quisiera fundirme en tu sangre
y en tus venas de color morado.
Quisiera soñarte cada día en que no estás cerca,
que vuelas a esos campos que has amado.
Tres noches sin dormir,
el lecho y la vida sudados.
Mis ansias de besarte,
mis ansias
y tus regalos.
Tu aliento
que da vida,
Tu perfil moreno,
maniatado.
Querer quedarme
dormido.
Sobre el amor
de tu costado.
Y el Martes Santo caída la tarde tiene para mi, desde hace años, el sabor callado
de lo antiguo. La dulzura de la clausura se hace hogar para todos los que somos
hermanos de Las Penas. Hermanos de una cofradía joven de edad, muy vieja de
espíritu. Símbolo vivo de las antiguas cofradías. Del origen trentino de nuestra
celebración.
Se abren las puertas del Carmelo. Y no puedo dejar de recordar a gente con la
que empecé a caminar con el Señor y su cuerpo demacrado bajo la cruz nudosa.
No puedo olvidar que mi hermano Rubén me llevó al primer ensayo.
Que Sito me abrió la hermandad y su vida de par en par.
Ni que Paco y Mar soñaron arropar al Señor bajo las piedras del Carmen
capitalino y las oraciones de las Reverendas Madres.
No debería olvidar a Marcelino padre e hijo y a todos los hombres que durante
tantos años han compartido trabajadera y sudor con el que os habla. Tantos que
sería interminable repasar uno a uno sus nombres. Hombres valientes que han
hecho arte el silencio y el racheo del Señor de Las Penas.
Desde el muñidor a las cruces penitenciales todos son Cirineos de Cristo.
Cogen su cruz y dan testimonio cristiano. Catequesis viva para una sociedad
que olvida con demasiada frecuencia el mensaje de Amor y Perdón sin límites
del Dios hecho Hombre.
Se abren las puertas del Carmelo
Difícil no conmoverse, quedarse sin palabras, sentir extraña añoranza, acercarse
a la catarsis, desplegar el manto níveo de lo que es bello sin necesidad de
ropajes, atravesar los caminos pasionales en todas las direcciones, escuchar el
rumor del Paraíso prometido, sangrar por nuestra piel con infinita elegancia,
atravesar la lúgubre noche, mantenerte en silencio extático y sublime, soñar en
duermevela, tronar en Cielo con fulgor de reyes, andar sobre las aguas con
cadencia mayestática, arrastrar el peso de culpas ajenas, escupir al suelo con
gusto de hiel y tierra, desvelar los horizontes por siempre ocultos.
Se abren las puertas del Carmelo
Caminar, caminar, caminar hasta dónde caen los océanos eternamente.
Caminar contigo en pos de tus palabras, con la herida llagada y abierta del
tiempo.
Caminar tras de ti hasta que musites cualquier palabra.
Déjame que camine tras tu senda,
tu camino, tu alborada.
Déjame tu cruz, tu sangre,
tu cuerpo, tu perdida esperanza.
Déjame, eternamente, tu noche
y la finura de tu estampa.
LOS RECUERDOS
Hay recuerdos cuya memoria se queda marcada. Recuerdos que dejan una
huella indeleble. Podría intentar remontarme a algunos con un buen puñado de
años. Más de dos decenios ya. Pero sería bastante cómico para los que aquí me
doblan en edad. Pero, como digo, hay algunos recuerdos que por alguna razón
nos marcan. Y los recuerdos cofrades para los que así nos sentimos aún más. Yo
atesoro uno pero no es un recuerdo bello, ni alegre, ni de la ilusión de un niño.
Recuerdo un Cristo roto. Un Cristo mutilado y muerto sobre el lecho de una
cochera. Recuerdo a mi padre enseñándome la talla del Cristo de la Caridad en
una de las cocheras del Regimiento de Artillería Información y Localización de
Ciudad Real. Era el año 1989. Y es una imagen triste que puede y debe marcar
a cualquier cofrade. Fue una manera de revivir la Pasión y la Muerte en primera
persona. Una imagen es imagen de Dios. Una imagen rota de Dios es la imagen
del Señor más sufriente que nunca. Y nos impone una profunda reflexión.
Aunque no se trate de la mismísima presencia del Señor, ¿podemos tratar a una
imagen del Señor o de su Madre de cualquier forma? ¿Son lícitas ciertas
maneras de realizar estación de penitencia en algunas cofradías?
La respuesta es sencilla. Claros están los cánones y la manera de realizar
estación de penitencia.
Y los cofrades que somos, ante todo, cristianos debemos ser especialmente
cuidadosos en este sentido. Especialmente en el momento actual. Hoy una
cofradía, una estación de penitencia no tiene como fin único y último la
mortificación propia, el culto a una advocación determinada o el mantenimiento
de una tradición y herencia personal, familiar o social. Hoy debemos ser más
que nunca instrumentos de evangelización. Y como tales debemos hacer una
catequesis en la calle. Ese es el fin que se ha de buscar en una sociedad cada
vez mas laicizada y descristianizada. Tenemos y debemos enseñar a Cristo y a
su Madre. Debemos extender su mensaje. El evangelio de su Muerte y
Resurrección.
Este año 2012 nuestra celebración pasional debe tener un sabor especial. La
fuerza del recuerdo y la emoción que para España supuso la celebración de la
Jornada Mundial de la Juventud de 2011 en Madrid. En especial para los
jóvenes cofrades que tuvimos la suerte de compartir con el Papa días de fe.
Y quiso ser él, el Papa Benedicto, el que puso a las cofradías en el centro de
esas jornadas, en el corazón de Madrid y de España que eran en esos momentos
el corazón de la catolicidad. Y nos dejó un mensaje muy claro:
“El misterio de la Cruz gloriosa de Cristo [es el] que contiene la verdadera
sabiduría de Dios, la que juzga al mundo y a los que se creen sabios (cf. 1
Co1,17-19).”
El misterio de la cruz es el que los cofrades hemos de llevar a las calles
buscando la nueva evangelización. Nuevamente Benedicto XVI nos lo repitió
en la emocionante misa en Cuatro Vientos:
“De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar
testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay
rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a
los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos.
Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el
testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra
presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa
prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo
entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15).”
He ahí nuestra tarea. En un mundo en crisis. En una sociedad en crisis. La
respuesta de Cristo es la más profunda de todas. La civilización de Cristo, la
“Ciudad de Dios” agustiniana como alternativa de vida. Frente a egoísmos
personales. A un modelo de ser humano que se mueve por la acumulación,
solidaridad cristiana. Valores del esfuerzo, compartir, vivir estrechamente en
comunidad. Buscar y sentir la mano del Creador en su naturaleza y sus obras.
Fortalecer sociedades equitativas e igualitarias. Estados y naciones donde el
mensaje de Cristo edifique estructuras de justicia y redistribución mirando cara
a cara a los más necesitados.
Todo ello sin dejar de preocuparse por la transcendencia del ser humano.
Hombres y mujeres que no acaban su vida en lo material. En paralelo al trabajo
por la dignidad humana y por la protección de la vida deben construirse
estructuras que permitan al hombre descubrir y desarrollar su propia
espiritualidad. De lo contrario cederemos a un materialismo dialéctico e
histórico que reduce al hombre a una expresión incompleta.
Quiera Dios que tengamos una provechosa Semana Santa para ahondar en
reflexiones tan ricas como las que el pasado año nos regaló el Santo Padre.
Inmensa figura que el tiempo y la memoria sabrán atestiguar en toda su
grandeza.
Y quiera Dios que las Jornadas Mundiales de la Juventud sigan siendo por
muchos años encuentros de fe tan bellos y grandiosos, semilleros de vocaciones
tan necesitadas y unión tan fecunda entre diferentes y diversas partes de la
Iglesia de Cristo.
Y si un recuerdo puede marcar y mover a reflexión. Muchos otros son
testimonio en la memoria del trabajo bien hecho.
A muchos de los aquí presentes he de rendirles el homenaje merecido y
cercano. Ellos fueron los que organizaron el I Pregón con motivo del V
Aniversario de Ciudad Real Cofrade. Sobre todos, Sergio y Sonia. Que son el
alma de este proyecto. Que han creído, han luchado y han trabajado lo
indecible. Han trocado sueño por vigilia, la comodidad por dificultades y han
llevado por todo el orbe la imagen de Cristo y su Santísima Madre.
Evangelización del siglo XXI y para el siglo XXI.
Pero el entusiasmo y tesón de Sergio y Sonia no queda ahí. Hay un gran equipo
humano detrás. No me puedo olvidar de Javier Regaña y el reconocer en él un
faro para tantos otros. Un ejemplo único e irrepetible de trabajo. Pero también
Gonzalo, José Luís, Lalo, Rubén, Miguel, José Luis Vera, Raúl; la confianza de
Emilio y la fe y el esfuerzo de de muchos que sé que me dejo en el tintero y que
han colaborado con Ciudad Real Cofrade.
Todo ese esfuerzo se ha quedado prendido en el corazón. Y enamora con la
fuerza de la modernidad. El mensaje salvífico de Cristo atraviesa los siglos,
contagia, anida en el último rincón imaginado y por imaginar. Y su Iglesia, sus
hombres y sus mujeres son el mejor testimonio de la Verdad con mayúsculas.
Oración y fe. La Historia agoniza en dos mitades. El Señor viene caminado
sobre las aguas y los océanos son minúsculos bajo sus divinas huellas
creadoras.
Y Ciudad Real sale a su encuentro:
Salimos a su encuentro. Bien nos vale el Pasaje de la Merced o la Calle Feria
para hacernos los encontradizos.
Salimos a su encuentro entre sones de pasión de las inmensas bandas
capitalinas.
Salimos a su encuentro tras el caminar de su madre y el cimbreo rítmico de sus
palios.
Salimos al encuentro entre claveles de sangre y azucenas de pureza. Entre rosas
místicas y lirios morados de campos sin cultivar.
Salimos al encuentro en un suelo donde la cera dibuja caprichosas formas.
Donde se queda como testimonio de oración, como reguero de lágrimas y
prueba de fe.
Salimos a su encuentro entre cuerpos de acólitos que anuncian la llegada
salvadora, la presencia santa. Con cera e incienso. Las calles son casa del Señor
que visita a todos sin distinción de clase, origen y posición. ¡Dejad que el Señor
y su Madre caminen en pos de nosotros!
Salimos a su encuentro en el divino racheo costalero de cada esquina. Costales
como coronas de espinas, fajas como cíngulos penitenciales y hombres
sufrientes bajo el peso de la madera limpia de la trabajadera. El peso del Señor
y su Madre. El peso de nuestras faltas.
Salimos al encuentro en los templos donde su presencia se hace Pan y Vino.
Donde se nos queda para siempre.
Aún se oye el eco,
del redoble adusto y viejo.
Aún se queda suspendido
el apagado y dulce incienso.
Aún la plazuela de la Merced
acuna a niños de ojos despiertos.
Aún los hombres con su costal al hombro
bajan a San Pedro.
Aún se presienten las tres de un Viernes Santo
y el día queda en silencio.
Aún la silueta de Santiago
juega con el cielo.
Sueño azul claro,
mantillas de negro terciopelo.
Aún el Camarín de la Señora,
se muestra abierto.
Y sus lágrima de gozo
alfombran el Prado eterno.
Aún chirrían de viejo,
las puertas del Carmelo.
Y se levantan filas largas
de enhiestos nazarenos.
Las calles se acallan,
el dolor se siente intenso.
Aún el filo de la noche,
suma días de flor y viento.
El mensaje de la Ciudad de Reyes
al mundo somnoliento.
Las callejas que huelen a nuevo,
los hombres manchegos y recios.
La cálida luna de Nisán,
el Señor dormido en el Madero.
Siglos que miran a la memoria,
Ciudad Real y su pasado muerto.
Dejadnos solos.
Mirando cara a cara
a Dios crucificado.
Dejadnos la herida de su pecho.
Su corazón abierto.
Su amor en nuestras calles.
Su sangre y sus regueros.
Su Madre en desconsuelo.
Dejadnos nuestra Ciudad Real intacta.
Y ya tendremos un trocito de Cielo.
He dicho.

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