Ahora, en el frío de esta Cuaresma perezosa, como
ayer y como siempre, me llamas al sosiego de Tus Manos entrelazadas…
Hoy, como ha sido siempre, y como siempre ha de ser, te
elevas a la cumbre de mis esperanzas, y me acaricias como a un niño, necesitado
del ocaso de los días en el lugar exacto en el que clavas Tu Mirada en mi corazón.
Esta tarde, porque Tú siempre sabes más, me llamas a tu
presencia de luces crepitantes para abrazarme con la palabra de tus labios
mudos.
En el corazón contrito y ajado de miedos y desventuras, te
posas sobre mis días para hacerme sentir, de nuevo, que Tú, que haces nuevas
todas las cosas, volverás a hacer renacer el gozo de aquel chiquillo que veía a
Su Cristo moreno de la ventana con los ojos empapados de nuevos amaneceres y de
la ilusión que nunca muere…
Sólo te pido entonces, que tu Nombre no deje de escucharse
nunca en el tiempo que atrapa nuestras vidas, y que Tu rostro siga, sempiterno,
en los labios del padrenuestro, del Padre Bueno, de cada día…
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