lunes, 24 de marzo de 2014

El tiempo de la palabra...



El tiempo, siempre el tiempo, es el que nos roba las esencias… Ayer, empeñado en hacer de las suyas, me volvió a robar momentos, sensaciones y pellizcos allá donde muere el ser que extrapolamos y nace la persona que somos…

O quizás no… El tiempo también es sabio. Y quizás quiso regalarme otros compases, otra intimidad para paladear en reposo lo que otros disfrutaron en la vivencia directa. En la mañana ayer, de luces de fiesta, de esos domingos que brillan como queriendo alcanzar las palmas y los ramos, la palabra se hizo joven, y en la juventud vino a descansar.

No era día de asistir por cumplimiento. Esos menesteres no me atañen. Lo van a entender bien todos los que bien aman.  Ayer, en la mañana, gocé de la primavera inigualable de sus primeros pasos en la Cofradía de quienes tanto le quieren. Y el brillo de sus ojos y sus labios inocentes no tiene precio… 

Por eso, mi corazón, siempre ajetreado de unas cosas hacia otras, quiso darle el compás necesario a cada instante. Y vivió… Y el día fue pleno. Porque la plenitud de nuestros días se marca con afectos,  y los encontramos hasta torciendo una esquina del Perchel…

Por eso, cuando los ángeles ya velaban los sueños de la inocencia, quise abrir con tacto, como no queriendo dañar la intimidad de sus palabras, aquello de lo que tanto me habían hablado…

Y fui leyendo. Me paré. Volví a leer. Me hice acompañar de los sonidos penetrantes del silencio de la noche. Continué. Y volví a releerlo. 

Como en tantas cosas, no todo es del agrado de todos. Posiblemente, en muchos casos se de la circunstancia de que no oímos o no leemos más que con los oídos o la vista. Y estas cosas hay que asumirlas desde el interior. 

Parecía que todo esta dicho y hecho. En formas y en contenidos. Y ahora con apenas dos décadas, llega alguien y lo reinventa todo en un diálogo sincero con aquello que más ama. Sin necesidad de aplausos, ni alharacas. A corazón abierto. Con líneas escritas en tinta de sangre. Como se entregan al otro aquéllos que de verdad aman. Lo decía un buen amigo: insuperable. Yo le corrijo. Insuperable no, porque los superlativos son calificativos en competencia, y vendrán quienes, errando, quieran robarle su lugar. Único… Esa es la mejor definición. Porque algo único, nunca dejará de tener su sitio. 

Gracias Nacho.

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